domingo, 26 de septiembre de 2021

DE CUANDO LOS ARAGONESES CONQUISTARON GRECIA

Roger de Flor, caudillo de los Almogávares


Uno de los títulos que ostenta el rey Felipe VI es el de rey de las Dos Sicilias y Duque de Neopatria. Para explicar el origen de estos títulos tenemos que referirnos a unos personajes legendarios y poco conocidos en la España de hoy en día. Se trata de los almogávares, que existían tanto en el reino de Castilla como en el de Aragón.

Los almogávares eran una tropa de choque que se establecían en las líneas fronterizas con los árabes con sus propias familias y que vivían de saquear el territorio enemigo con incursiones breves y rápidas, que sembraban el caos y el terror. El nombre de almogávar es de origen árabe y se supone que puede venir de "al-mugawar", algo así como "los que entran". Siempre a pie, feroces, ágiles y muy rápidos, ataviados con ropas ligeras y calzados con abarcas de cuero, armados con jabalinas, un pequeño escudo redondo y un cuchillo largo, el llamado chuzo. Dormían al raso y comían un día de cada tres. Casi todos eran pastores del Pirineo y de las sierras del Sistema Ibérico, encuadrados en unidades de doce hombres mandadas por oficiales de las respectivas coronas.

Una incursión de los almogávares castellanos en Córdoba supuso el comienzo de la reconquista de Andalucía por Fernando III "el santo". La actual Andalucía es fruto de los desvelos conquistadores y repobladores del rey santo, cuya festividad del 30 de mayo se ha abandonado en la propia Sevilla, también conquistada por él y en cuya catedral reposan sus restos. Mientras que los políticos andaluces se empeñan en rendir homenaje al extravagante notario Blas Infante que poco o nada hizo por Andalucía y que acabó convirtiéndose al islam por no se que complejo, que hoy muchos imitan.

Los almogávares aragoneses, antes de entrar en combate golpeaban sus chuzos contra la piedra, a los gritos de "Desperta, ferro", "Aragó, Aragó" y "Sant Jordi". Cuando se quedaron sin guerra en la península, la corona los mandó a Sicilia. Allí destacó especialmente su jefe, un extemplario llamado Roger de Flor. Los almogávares, que en la guerra eran apreciadísimos, en la paz resultaban bastantes molestos. En el año 1302, estaban en Sicilia incordiando a todo el mundo, así que el hermano del rey de Aragón, Fadrique, que hacía de rey de Sicilia, les envió a pelear para Bizancio, ya sabes la parte oriental del antiguo imperio romano. El emperador de Bizancio era Andrónico II, que ya se las tenía tiesas con los turcos.

Roger de Flor se casó con una sobrina de Andrónico II en Constantinopla (la actual Estambul). La ciudad estaba protegida por las tropas genovesas. El día de la boda, unos genoveses cometieron la imprudencia de reírse del aspecto desastrado de un almogávar, hubo bronca, la bronca se convirtió en batalla campal y aquello terminó en degollina generalizada de genoveses. Pronto el emperador Andrónico sintió el mismo impulso que había sentido Fadrique en Sicilia: había que sacar de allí a los almogávares.

Cuatro mil guerreros de Aragón zarparon hacia tierras turcas acompañados por tropas griegas y algunos mercenarios alanos. El enemigo quedó hecho picadillo en el primer encuentro. Los almogávares habían machacado en el Peloponeso a un ejército que les doblaba en número, la conocida como matanza de Cízico. La batalla decisiva sería al año siguiente, en la Anatolia interior. Contaron con 1.200 almogávares de refuerzo, enviados desde Sicilia, al frente del valenciano Berenguer de Rocafort. De nuevo la fuerza turca es muy superior, pero será vencida tras una batalla durísima y larguísima.

La corona de Aragón dominaba el Mediterráneo

Tras estas batallas, la compañía regresó a Constantinopla. Los almogávares habían salvado al imperio Bizantino de la amenaza turca, pero Andrónico tenía miedo de tan imponente ejército. Los griegos sentían celos de los aragoneses y además genoveses y alanos se las tenían guardada a los almogávares. Así que en un banquete organizado por el hijo del emperador, Roger de Flor y doscientos caballeros de su hueste fueron pasados a cuchillo. La furia de los almogávares será terrible. Hundieron sus propias naves en señal de que no había vuelta atrás y atacaron al ejército bizantino. Arrasaron Galípoli. Los muertos se contaron por miles. Persiguieron a los mercenarios alanos que habían asesinado a Roger de Flor y los masacraron también. Los almogávares se organizaron como fuerza independiente. En 1308 se hicieron con el Ducado de Atenas. En 1319 con el de Neopatria, en Tesalia, siempre en nombre de los reyes de Aragón y de Sicilia, que avalarán sus correrías.

Casi cien años durará la huella aragonesa en Grecia, hasta 1388. Crearán un espacio de poder inexpugnable: pelearán contra griegos, turcos, franceses, venecianos, florentinos, e incluso los navarros que volvían de su frustrada conquista de Albania. Hoy queda memoria de todo aquello en las banderas de la Brigada Paracaidista española, que precisamente se llama Almogávares VI.

Si quieres saber más de los almogávares aragoneses y sus hazañas, no te pierdas el siguiente video:



lunes, 6 de septiembre de 2021

CÓMO ERAN LAS MUJERES ESPAÑOLAS EN EL SIGLO XIII



Un día le preguntaron a Juan Manuel de Prada, con motivo de la publicación de su libro "El castillo de diamante", que si Santa Teresa de Jesús era una mujer adelantada a su época. Su respuesta me abrió los ojos, porque tendemos a pensar que nuestra época es mejor que todas las anteriores y no siempre es o ha sido así. De Prada contestó que todo lo contrario, que Santa Teresa era una mujer muy de su época y que hoy día era impensable hacer todo lo que ella hizo, lo de ir fundando conventos por aquí y por allá, a la vista del intervencionismo de los ayuntamientos y la corrupción urbanística de la España de nuestra época. 

El rey castellano de la Batalla de las Navas de Tolosa fue Alfonso VIII, que muere en 1214, dos años después de la gran batalla, a la edad de cincuenta y nueve años y cincuenta y seis de reinado. Su muerte dejó una situación sucesoria muy difícil en Castilla. El rey había tenido un hijo, Fernando, que había muerto antes de la batalla decisiva, a los veintitrés años, víctima de una enfermedad desconocida. Por lo que tras la muerte de Alfonso la corona debería pasar a su hijo Enrique de tan sólo diez años. Alfonso también tenía una hija, llamada Berenguela, que era la primogénita y por tanto mayor que Enrique. A diferencia que en otros reinos, en Castilla no existía la Ley Sálica, que impide reinar a las mujeres, sino una preferencia del varón sobre la mujer, tal y como se recoge en nuestra actual constitución de 1978, por ser tradición inmemorial en nuestra monarquía.

A los diecisiete años de edad, se había casado Berenguela con el rey Alfonso IX de León, con la idea de suavizar los enfrentamientos fronterizos entre leoneses y castellanos. Hay que recordar que los reinos de Portugal y Castilla son dos escisiones del reino de León, que a su vez había heredado al antiguo reino de Asturias. Alfonso IX de León no participó en las Navas de Tolosa, aunque sí lo hicieron otros señores del reino de León. Alfonso IX prefirió quedarse en la bonita comarca leonesa de Babia, de ahí la expresión "estar en Babia", estar distraído, ajeno a lo que esta ocurriendo a tu alrededor.

Alfonso y Berenguela tuvieron cinco hijos, pero su matrimonio fue anulado por parentesco por el papa Inocencio III, por lo que a Berenguela no le quedó otra que abandonar León, camino de Castilla, y dejar de ser reina. Como había sido la esposa de un rey leonés, tampoco fue muy bien recibida por una parte de la nobleza Castellana, sobre todo los todo poderosos Lara, que se habían hecho con la regencia del reino tras la muerte del rey Alfonso VIII y mientras que Enrique alcanzaba la mayoría de edad.

Un día de junio de 1217, Enrique, que contaba entonces con trece años, jugaba y peleaba con otros mozos en el palacio episcopal de Palencia. Y entonces ocurrió una desgracia, un mozalbete lanzó una piedra, la piedra fue a estrellarse en la cabeza de Enrique y el niño, herido, falleció inmediatamente después. Castilla se quedaba de nuevo sin heredero. Y la corona, por ley, sólo podía pasar a una persona: Berenguela, la hermana mayor.

El todo poderoso Álvar Núñez de Lara debió de sentir que la tierra se abría bajos sus pies. En una maniobra desesperada, intentó ocultar la muerte del niño. Berenguela se enteró de la trampa, acudió a Dueñas y literalmente la tomó. Exigió que se le entregara el cadáver de su hermano y nadie osó oponerse a la voluntad de nuestra dama. Y entonces Berenguela hizo una jugada política maestra. Berenguela renunció a la corona en favor de su hijo Fernando, heredero también del rey Alfonso IX de León.

Imagen sevillana de S. Fernando

Al trono de Castilla había accedido nada más y nada menos que Fernando III "el santo", San Fernando. Hijo y madre se reparten los papeles. Mientras que Berenguela se dedica a poner orden en la política doméstica y dirigir la construcción de la Catedral de Burgos, Fernando esta al frente de la campaña del sur y reconquistando Andalucía, mientras que su padre leonés reconquista Cáceres, Badajoz y Mérida. El islam español se hunde y el mapa de los reinos cristianos empieza a conocer un dibujo nuevo. Y en ese momento Berenguela, inteligente, incansable y con una astucia política que impresiona por su visión estratégica concibe su última gran jugada.

Alfonso IX de León no veía con buenos ojos que le heredase el rey de Castilla. Ello significaría sin duda el final del reino de León. Estaba dispuesto a buscar cualquier fórmula que impidiera la unión de León y Castilla. Aunque ello significara alterar el derecho sucesorio habitual. Alfonso, antes de casarse con Berenguela, había contraído matrimonio, igualmente anulado por consanguinidad, con Teresa de Portugal y de esa unión vivían dos hijas, Dulce y Sancha. Madre e hijas residían en Portugal muy alejadas de las cuestiones de León, pero fueron designadas herederas por Alfonso IX en su testamento. Alfonso muere en 1230 durante una peregrinación a Santiago de Compostela para dar gracias al apóstol por su intercesión durante las conquista de los territorios extremeños.

Tendrán que ser las mujeres las que arreglen este asunto: Berenguela y Teresa. Es emocionante imaginar la escena. Dos mujeres, dos exesposas, dos viudas, juntas y frente a frente para liquidar una herencia que va más allá de ellas mismas. Es el llamado tratado de Valencia de don Juan. En realidad, todo consistió en una compraventa. Berenguela compraba literalmente a Teresa los derechos de sus hijas. Lo hacía entregando a la portuguesa pingües compensaciones económicas y territoriales, y especialmente señoríos de fuste en tierras castellanas, señoríos que, eso sí, volverían a Castilla cuando las hijas de Teresa murieran.

Berenguela moría hacia 1246, con sesenta y seis años de edad. Dejaba tras de sí una obra de gobierno impresionante. Y como aportación fundamental a la historia de España, la reunificación de los reinos de León y de Castilla, que jamás se volverán a separar. Sus restos reposan en el panteón real del Monasterio de las Huelgas en Burgos.