domingo, 15 de mayo de 2022

LA EUTANASIA Y LA EUGENESIA (segunda parte)

Como decía en la entrada anterior, esto de la eutanasia y la eugenesia no es ninguna novedad y para ello voy a dedicar esta entrada a contar como los principios en los que se asienta esta ideología ya produjo sus frutos en otro momento histórico, así que paso a comentarte esos frutos con el ánimo de mostrarte la necesidad de revertir este camino iniciado en España lo antes posible.

 Nos tenemos que retrotraer hasta el siglo XIX, cuando en pleno apogeo del darwinismo o evolucionismo social, el británico Francis Galto empezó a abogar por "la mejora de la raza humana por medio de acciones sociales tendentes a seleccionar las cualidades hereditarias más deseables". Estas ideas se extendieron como la pólvora por todo el mundo durante los años veinte del siglo pasado. Pero fue en una de las naciones más cultas y educadas del mundo donde más cuajó, en Alemania. Adolf Hitler pronto se convirtió en uno de los seguidores más férreos de esta filosofía, reiterando en varias ocasiones la necesidad que tenía Alemania de exterminar a los enfermos mentales. Con todo, cuando subió al poder en 1933, se conformó, por el momento, con impedir reproducirse a los "disminuidos mentales". Se estima que entre 1934 y 1937 se esterilizaron, por este motivo, unas 400.000 personas.

Partiendo de esta base, sólo era cuestión de tiempo que el nazismo iniciara su particular guerra contras todas aquellas personas a las que no considerara aptas a nivel racial, físico o psicológico. No obstante, al Fuhrer le faltaba únicamente el disparo que marcara el comienzo de esta carrera criminal. Y este llegó en 1938, año que recibió una carta en la que un tal Knauer le pedía permiso para matar a su propio hijo. "Era un miembro del partido que tenía un hijo de nueve semanas que había nacido ciego, sin una pierna y parte de un brazo y que, además, padecía un retraso mental, por lo que solicitaba al Fuhrer autorización para acabar con su vida por el bien de la raza". Y esto, como ocurre hoy día, con la consiguiente repercusión mediática y lacrimógena que permita retorcer los argumentos para justificar lo injustificable.

Hitler envió a su médico personal, el doctor Karl Brandt, para analizar el caso. Este, sin dudarlo, desplazó al chico a la Clínica de la Universidad de Leipzig, donde le inyectaron una dosis de barbitúricos que acabó con su vida. Aquel fue el comienzo de la crueldad sistematizada ya que Brandt recibió la orden verbal de actuar del mismo modo en casos similares. No obstante, y a pesar del convencimiento que Hitler tenía acerca de la necesidad de Alemania del recurso a la eutanasia infantil, el Tercer Reich decidió mantener en secreto sus actividades.

En mayo de 1939, se creó el "Comité para el Tratamiento Científico de Enfermedades Severas Determinadas Genéticamente", con el objetivo de empezar la selección de bebés discapacitados. A nivel oficial, sin embargo, su objetivo era el de hallar curas para las dolencia hereditarias de los más pequeños. Tres meses después, este Comité, cursó una circular en la que solicitó a los pediatras y enfermeros de Alemania que les hiciesen llegar informes de todo aquel niño que hubiera nacido con alguna "deformidad o anomalía congénita como idiocia o mongolismo, especialmente si asociaba ceguera o sordera; microcefalia o hidrocefalia severa o progresiva; deformidades de cualquier tipo, especialmente ausencia de miembros; malformaciones de la cabeza o espina bífida; o deformaciones invalidantes como la parálisis espástica". Dicho Comité estableció un castigo severo para aquellos médicos o enfermeros que se negasen a adjuntarles la información requerida.

Y a partir de ahí la cosa funcionó de la siguiente manera. El Dr. Hefelman recibía en su oficina todos los informes, y éste los remitía a sus subordinados y sobre ellos recaía la responsabilidad de elegir quién vivía o moría. El sistema de selección era dantesco. Cada uno de los médicos recibía un dossier en el que se explicaban las dolencias del pequeño y, sin haber siquiera hablado con ellos, elegían si era enviado o no a la muerte. Cuando habían tomado su decisión, debían rellenar un campo del documento ubicado a la derecha que contaba con tres columnas. En la primera de ellas tenían que dibujar una cruz si enviaban al pequeño a la muerte, y un signo menos si posponían el asesinato en espera de ver la evolución del caso. Después, hacían llegar este documento a sus colegas para que dieran su opinión.

A continuación, el mismo documento y el cuestionario eran pasados a otro de los médicos que, por lo tanto, ya conocía la opinión del primero y pocas veces le contrariaba. Más difícil, si no imposible, sería que el tercero no pensara lo mismo que sus otros dos colegas. Por ello, no resulta nada extraño que la unanimidad requerida para tratar a un niño fuera extraordinariamente corriente. En principio los médicos encargados de la criba debían identificarse, pero con el paso de los meses, terminaron firmando con pseudónimos para evitar el duro peso de la conciencia. Una vez que se decidía qué niños debían pasar por este "tratamiento", los médicos notificaban a las familias mediante una carta que su pequeño sería internado en un centro especial en el que intentaría hallar una cura para su dolencia. Lo habitual era que los padres aceptaran, pero, si se negaban, las autoridades podían arrebatarles la custodia de su hijo. Aunque antes solían persuadirles con el argumento de que eran unos privilegiados por estar recibiendo la ayuda del Estado.

Tras este trámite, los pequeños eran enviado hacia las llamadas "Kinderfachabteilugen", unas unidades de medicina fundadas por el Comité en los centros psiquiátricos más reconocidos de Alemania. En ellas permanecían encerrados un tiempo para que, a primera vista, las familias creyeran que estaban recibiendo algún tipo de tratamiento. Su destino final, a pesar de ello, era la muerte. Probablemente no todos sufrieran discapacidades permanentes, sino simplemente problemas de aprendizaje o pequeñas minusvalías. Pero sus vidas serían truncadas por tres individuos que ni tan siquiera los habían explorado personalmente.

La forma más habitual de asesinar a los pequeños era mediante barbitúricos. Para ello, se les administraba una sobredosis de luminal bebido o inyectado. También se recurría a las inyecciones de morfina. El Dr. Pfannmüller abogaba por dejar a los niños morir lentamente de hambre para no gastar ni una sola moneda del presupuesto del Estado. Imbuidos de este espíritu, otros médicos optaron por dejarlos morir de frío.

Tras las muertes, el Comité hacía llegar a una misiva a la familia del niño explicándoles la causa de su fallecimiento. A los padres se les enviaba una carta estándar, utilizada por todas las instituciones, donde se les informaba de que su pequeño había muerto de neumonía, meningitis o cualquier otra enfermedad infecciosa y que, debido al riesgo de contagio, el cuerpo había tenido que ser incinerado.

Esto son los hechos y tuyas la valoraciones y la decisión de implicarte o no en revertir este camino. Pero la historia no acaba aquí. Necesito una tercera entrada para acabar de contarte.

 

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